jueves, 29 de octubre de 2009

El rostro

Lo compró en un viaje a Roma a mediados de l987.
Los alrededores del Vaticano tenían poco que envidiarle a los de la Basílica de Luján, simple variante itálica de nuestros telúricos feriantes, diseminando sus puestos sobre la vereda circular que conducía a la Capilla Sixtina.
Descubrió el camafeo sobre una montaña de baratijas. Era el rostro, de perfil, de una romana, hecho en un material plástico que brillaba en la oscuridad, colocado sobre un terciopelo rojo y engarzado en un aro de latón.
Al volver a la Argentina, se obsesionó con ese rostro, a pesar de saber que la imagen se repetía en los cientos de camafeos que se amontonaban en las mesas, al lado de las velas y de los llaveros con la cara de Juan Pablo II. Lo esculpió una y mil veces en su taller, rogando la gracia de repetir la historia de Pigmalión y Galatea.
Un día la encontró, en Caballito, en la parada del 136.
Ahora es su pareja, su mujer. Se siente satisfecho
Cuando camina a su lado, una luz intensa emana de ella. La gente los mira y ella los ignora, mirando hacia adelante, siempre hacia adelante, mostrándole a él su perfil izquierdo y ocultándole el otro, el que permanece pegado al terciopelo rojo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario