jueves, 19 de noviembre de 2009

Don Atanor, el progresista

Desde la vereda del Café "Las Toninas" podía ver lo que ocurría en esa casa.
La silla, acostumbrada a mi acabalgamiento, respondía resoplando como un potrillo arisco. En la mesa, tallada por artistas de la calle inspirados por vahos de alcohol etílico, sobresalía un "BOCA CAMPEÓN", al lado de "NENÉ Y TITO" cruzados por una flecha viboreada. El mozo me acercó un moscato que bebí de un saque, con los ojos fijos en mi objetivo
La casa databa de fines del siglo XIX con frisos rebuscados y dos columnas grecorromanas sosteniendo una arcada, amparando del sol a una inmensa puerta pintada de negro brillante, lo mismo que las columnas. A mí me daba la impresión de un mausoleo, de una bóveda lóbrega con fantasmas añejos. Debía ser oscura. Oscura y muy húmeda ya que nunca abrían las ventanas. La cercanía con el cementerio le daba esa imagen irreal que todos comentaban en el boliche.
Yo llegaba todas las tardes y me quedaba sentado, tomando un trago y fumando un puro. Ese miércoles me dolía la cabeza, pensé en quedarme en mi casa pero, como un llamado irresistible, la costumbre me hizo poner mi raído traje gris y calarme el sombrero con la cinta negra hasta las orejas.
Llovía, las sillas y las mesas no estaban en la vereda y debí buscar ubicación adentro, cerca de la ventana. Me miraron como bicho raro, fijando los ojos en la cinta negra que cruzaba mi brazo y que informaba que hacía veinte años se me había ido la finadita. Me saqué el sombrero y lo dejé sobre la mesa, observé que llevaba adheridos unos pocos pelos blancos, de los pocos que aún cubrían mi cabeza.
-¿Un moscato, don Atanor?
Levanté la mirada y asentí con los ojos. Ahí estaba ahora, mirando, como todos los días.
Yo era algo así como "EL POLÍTICO" del pueblo, aunque mi partido, la Fuerza Progresista, nunca ganó una elección allí. Me afilié a él de joven, por el nombre. No soportaba a esos politiqueros detenidos en el tiempo.
¡Progreso! Eso era lo que le hacía falta al pueblo. Y respeto.
Una a una habían ido desapareciendo las reliquias del pasado. El corralón del Vasco, con sus caballos desparramando bosta que las viejas recogían prestamente para sus plantas, había dejado paso a un McDonald's con coca cola y hamburguesas en vez de leche fresca.
El Cine-Teatro Universal, había dado lugar a un shopping con escaleras mecánicas y cúpulas multicolores. Moderno, pero respetuoso. Sí, el progreso avanzaba, por eso yo, Atanor Santos, ex candidato a intendente del Municipio de La Aurífera, estaba decidido a acabar con esa casa.
¡Qué me venían con eso de "RESGUARDAR EL PATRIMONIO NACIONAL", o "LA HISTORIA DE LA AURÍFERA" y otras estupideces como esa. Tiraría abajo esa casona y aprovecharía el lote inmenso para poner juegos actuales, del tipo de los del Ital Park o del Parque Japonés, una gran lechería para que desayunen las obreritas que en las frías mañanas iban rumbo al taller y un café importante, no como esta pocilga que me albergaba todas las mañanas, con billar y todo, para los muchachos de la barra de la esquina.
¡Progreso! En 1993 yo sería el abanderado de esa lucha que llevaría al pueblo hacia el futuro. ¡Y con respeto!
Me llamó la atención el furgón de la cochería detenido frente a la casa. Por primera vez en mucho tiempo, ví abrirse la enorme puerta de dos hojas pintadas de negro y pude ver un salón con muebles antiguos. Me calé el sombrero, me levanté y salí, midiendo cada acto.
Instintivamente crucé la calle y entré en la casa, antes de que cerrasen la puerta.
La vieja me miró y me di cuenta de que no era el momento para hablar de la expropiación. No sabía qué decir en un velorio en el que ni siquiera conocía al muerto.
-¡Gracias por haber venido, Atanor!
La miré sin entender. ¿Quién era esa vieja decrépita, con ojos de lechuza y patas de tero?
-Soy Remedios… tu Remeditos -aclaró al darse cuenta de mi turbación.
¡No podía ser! Entonces… ¡la pasa de uva que se encontraba en el cajón, era ni más ni menos que Don Segismundo, quien otrora supo echarme a patada limpia de su casa cuando me presenté como pretendiente de la hija!
-¿Qué hacen aquí?
-¿Pero como?… pensé que habías venido por…
-En realidad…
-La fortuna de papá se evaporó, él sabrá cómo y no quiso que nadie lo supiera, por eso nos enclaustró en este pueblo. Hace treinta años y cinco meses que no salgo de la casa…
Le pedí que abriera la ventana, pero no aceptó. Era día de luto.
-¿Y quién vendrá al velorio si no lo comunicas?
-Ya estamos todos
Me llevó hacia la cocina y ahí estaban las tres hermanas, Soledad, Dolores y Angustias, tan viejas y lechuzonas como Remedios.
-Vino Atanor -dijo ésta.
-¡Oh! ¿Recuerdas cuando no te decidías a pedir la mano de una porque admirabas a todas?
-¡Pero pidió la mía! -aclaró Remedios.
-Yo hubiera hecho valer mis sentimientos, de haber sido la elegida -murmuró Angustias.
-¡Eras seis años mayor que él! ¿Lo recuerdas? -apuntó Dolores.- La que era más joven era yo, una niña, quizás por eso no se fijó en mí.
Me fui hacia donde estaba el cajón como para pedirle ayuda al finado, y creo que me inspiró, porque dije:
-Es una falta de respeto permanecer en un lugar mortuorio siendo que el difunto me ha prohibido la entrada en vida.
Y tomando mi sombrero puse los pies en polvorosa, cruzando la calle e instalándome nuevamente en el bar.
La puerta se cerró inmediatamente al salir yo.
Al segundo moscato, tomé la decisión. Convencería a las cuatro mujeres de vender la casa y hablaría con inversores de la Capital para cumplir mis sueños.
Ya lo veía, "Parque Recreativo Don Ata", con luces de colores; "Café de los Angelitos", como el de Buenos Aires; "Lechería La Atanora", donde toma leche hasta la lora.
Un hombre se sentó a mi lado.
-¿Así que pudo entrar, don Ata?
- Sí, fíjese lo que son las cosas, yo pensé que se habían mudado, pero ahí estaban todavía.
-¿Pudo hablar con ellas?.. Digo… en nombre del Partido…
-No, porque, vea, m'hijo, una de las hijas fue mi novia de juventud, y, entre nosotros, todavía anda loca por mí.
-Entonces… ¡Aproveche!... Se casa con ella y después… nos vende la casa.
-¿Casarme con el tero lechuzón?
-No será para tanto…donde hubo fuego, cenizas quedan… Es por el Partido, don Ata…
-Si es así, ¡lo haré!
Pasaron varios días en los que junté valor para cruzar nuevamente la calle.
-Remeditos…
-Sí, Ata…
-Vengo a terminar lo que quedó inconcluso hace cuarenta años.
-¿Qué decís?
-¡Que nos casamos!
-¡¡Eh!! ¡¡Cómo!! ¡¡Cuándo!! ¡¡ Dónde!!
- El martes que viene.
-En martes no te cases ni te embarques -viboreó Angustias.
-¡No seas zonza, ¿Qué vas a esperar? ¿La carroza? -alentó Soledad.
-Aceptado.
Y así fue como entré al Civil. Y a la Iglesia. Y a la sede del Partido, donde se hizo una distinguida recepción.
Me costó poco convencerlas de la venta, estaban hartas de ese mausoleo. Soledad, Dolores y
Angustias se compraron una pequeña quinta, con flores, árboles y sembradíos de verduras, para tomar todo el sol prohibido en treinta años y cinco meses.
Remedios y yo adquirimos una casa cerca de la calle principal, así yo podía seguir con mi costumbre de tomar mi moscato mientras miraba como el progreso demolía esos muros fantasmales.
Construían rápido el pozo, las paredes, los techos, como un enorme rompecabezas con albañiles subiendo y bajando.
Cuando llegué ese día, mi mesa estaba ocupada y debí sentarme afuera. El edificio parecía un poco grande para el Café de los Angelitos y la Lechería, pero quizás se dividiera adentro. Lo que no me convencía demasiado era el espacio destinado al Parque Japonés, un poco chico.
Mientras estaba mirando, bajaron un enorme cartel.
El hombre del Partido se me acercó y poniendo los dedos debajo de la solapa del saco me dijo:
-¿Y?, ¿Qué me cuenta, don Ata?, llegó el progreso…

El cartel se erguía ya sobre la fachada iluminada, y rezaba: "SAUNA Y CASA DE MASAJES DON ATA".

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